La última copa
El primer bar al que mis amigos y yo íbamos a beber era una cafetería de señoras que al caer la noche se reconvertía en suministrador de alcohol para adolescentes con problemas de adaptación. O no. No tenía terraza, como el de la foto, y servía a módicos precios unos combinados infectos con más hielo que alcohol barato. Nos encantaban. Ahora olvido su nombre, pero recuerdo el lugar con más tristeza que alegría, y me gustaría poder decir, por ejemplo, que al lado del bar, oscuro, clandestino, había una funeraria. Pero no es verdad. En Aveiro (otra vez) encontré esta terraza acogedora en la que quisimos sentarnos, iluminada por la ténue luz del cartel anunciador de una tienda de ataúdes que la exposición prolongada ha quemado hasta dejarla irreconocible, casi divina, casi surreal.
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Pistacho -