La influencia
Soy poderoso, y lo sé. Estoy entre los líderes mediáticos de la blogosfera mundial. Y lo sé. Pese a mi inmenso poder, nunca, o casi nunca, lo ejerzo, y tanto desapego siento hacia él que en ocasiones olvido quién soy, y la capacidad de influencia que tiene el más pequeño de mis actos, la más nimia de mis decisiones, la más tonta de mis opiniones.
Hasta hoy.
El diario El País (antiguamente independiente de la mañana, ahora dependiente de nomeacuerdo) ha seguido al pie de la letra mis instrucciones de ayer y ha puesto a sus redactores a mejorar textos ajenos a destajo. Una noticia publicada el día 14 de enero, en exclusiva, por la edición impresa del diario ADN, ha sido reproducida hoy, 15 de enero, con pequeños retoques, y, como debe ser, sin citar la fuente, en el suplemento de Madrid del rotativo (qué ganas de escribir esta palabra) madrileño.
Y sin embargo, la inexperta redactora, en su afán, loable y entendible, por obedecer rápidamente mis instrucciones, olvida una de las normas básicas del plagio, enunciada ayer en mi i-Encíclica semanal: mejorar, pero no ocultar completamente, el robo. Porque, ¿para qué sirve un plagio que se agazapa en una buena edición, para qué ocultar lo que no es sino motivo de orgullo, para qué esconder el afán posmoderno que todos llevamos dentro? No, señores, señoras, no, esclavos y esclavas: plagien, pero háganlo bien: que se note.
3 comentarios
Joey Cusack -
melodijoel.blogspot.com
eresfea -
J. -
¡¡¡ Un crescendo!!!
Cuanta bilis.
jajaja.
Tremendo!