Botellón borroka

Por si alguien (como yo, la mayor parte de los días) no se ha enterado, el otro día, en una población cercana a Madrid, las fiestas del pueblo terminaron en fuertes enfrentamientos con la Policía. Las imágenes (aquí vídeos y textos) no son nuevas: botellazos, hogueras, carreras, cargas policiales. Chris Marker podría hacer una película con ellas.
Eso, en un primer vistazo. Pero es bien sabido que las imágenes mienten. Siempre, o casi siempre. Así que hay que leer la letra pequeña. Por ejemplo: Pozuelo de Alarcón es una de las ciudades con la mayor renta per cápita de la Comunidad de Madrid. Un municipio próspero, con tres universidades, multitud de colegios privados, y un índice de inmigración casi inexistente (las criadas no cuentan, porque no duermen ahí, sino en Villaverde).
Es decir: no estamos ante unos disturbios raciales, ni políticos. No son un grupo de parados hartos de malvivir, ni unos violentos (qué barata está esa palabra) tratando de imponer sus ideas a lo bruto. No. Tampoco son chavales sin trabajo, ni emigrantes de tercera generación sin perspectivas de futuro. No, amigos, no. Son pijos. Niños bien, hijos de marqueses, políticos y empresarios, borrachos, en una noche de fiesta, subiendo un grado más en la escala de su diversión.
"Fue la mejor noche del año", diría al acabar los disturbios uno de los detenidos, mientras se recomponía el cocodrilo del polo y sonreía a otro que le grababa con su móvil de nueva generación.
No entraremos a los análisis baratos sobre qué es lo que lleva a unos niños con todas las comodidades a repetir los iconos de las luchas callejeras, a vaciar de sentido (si todavía lo tiene) la revuelta social. No. Nos limitaremos a señalar, para terminar, que el juez, en duro y ejemplar castigo, les ha impuesto la tremebunda pena de "no ir de fiesta durante tres meses". ¿Y les han quitado la PSP, también?
Lo siento, en esta ocasión no hay comentario sobre la foto.








Esto se apaga. Lentamente, sin hacer ruido. Nomeacuerdo se me muere. Y me resisto a que así sea, aunque no consiga escribir más de tres líneas, por una razón idiota: odio las despedidas en los blogs. Corrijo: odio los comentarios que hace la gente a las despedidas en los blogs. Manía idiota, que desarrollaré, perfeccionaré y ampliaré con los años, como otras muchas. Así que sigo, aunque sólo sea por no darles el gusto a las plañideras informáticas, a los que deseaban ver nomeacuerdo muerto, a los que aparecerían de la nada para escribir su primer y último post. Como el Ché que tango gustó a Peter, sigo en pie de guerra.



Transcribo de memoria: "Un día L. me contó que nunca podrá ser amiga tuya porque le recuerdas a un niño, de pelo negro y camiseta de rayas, que se le aparecía en sueños cuando niña. El niño no le hacía nada, sólo le miraba, en silencio, desde el quicio de la puerta". Y mientras me contaban eso yo recordaba el sueño más recurrente de mi niñez: los fosos de una ciudadela militar, en la que todos los niños de mi ciudad jugábamos de pequeños, repletos de esqueletos sonríentes. Todavía no he encontrado nadie que me recuerde a esos esqueletos.
Algunos propósitos absurdos para el año que acabamos de inaugurar:
Y el caso es que a mí, esos papanoeles colgando de balcones y ventanas, en permamente escalada y expuestos a temperaturas glaciales durante días, me provocan un irrefrenable impulso de salir corriendo.
No me acuerdo del día en que pinché en el primer enlace (aka link), pero ahora que el servidorproxywebjava de este blog no me deja incluirlos en los textos, me encuentro desnudo, expuesto, inseguro. Como Lucía Etxebarría sin Google. Como Paulo Coelho sin cuentos aborígenes. Como AR sin Ctrl+C.